sábado, 9 de febrero de 2013


La integración de las izquierdas sudamericanas
Es muy alentador el panorama de la unión ideológica y comercial en las naciones de la región.



Un aporte sustancial de Marco Aurelio García 

Las izquierdas en la hora de la integración sudamericana (Copia del suplemento Bitácora de Uruguay - 4/2/2013).

 

 


Marco Aurélio García.

 

Por Niko Schvarz (*)

Organizado por el Instituto Lula, se realizó el 21 de enero en San Pablo un encuentro internacional sobre Perspectivas de la izquierda progresista en Latinoamérica , que agrupó a intelectuales y dirigentes políticos y sociales de la región.

Quizá el evento no trascendió debidamente porque el escenario fue ocupado en esos días por las cumbres de la CELAC y de ésta con la Unión Europea. El hecho es que allí intervino en forma reiterada el ex presidente Lula (previo a su participación en el encuentro internacional de La Habana sobre el equilibrio del mundo), ministros y ex ministros de su gobierno y del de Dilma Rousseff como Celso Amorim y Luciano Coutinho, la filósofa Marilena Chauí y Emir Sader, el destacado economista argentino Aldo Ferrer (Página/12 publicó íntegra su exposición, titulada “Transformaciones de América Latina”), los chilenos Luis Maira y el ex ministro Carlos Ominami, el senador uruguayo Alberto Couriel, representantes de Venezuela, Ecuador, Bolivia, Perú, entre otros.
Leemos en el mencionado diario argentino: “Hubo un documento de base firmado por Marco Aurelio García, el asesor de relaciones internacionales de la presidencia (de Lula y de Dilma), cuyo fin era el de analizar el despliegue de las izquierdas latinoamericanas en los últimos diez años. Es un documento sucinto y pleno de interés (…) Por los temas que plantea –la pregunta por el post-capitalismo- se convierte en una inusual sinopsis de una antigua y renovada discusión”. Aunque el autor del documento dice que es apenas un disparador para el debate y una invitación a la reflexión, bien vale la pena sintetizar sus ideas esenciales.
Bajo el título “Las izquierdas en la hora de la integración sudamericana”, comienza por establecer que “parte importante de las izquierdas sudamericanas –especialmente en el Cono Sur- fue duramente afectada por la represión impuesta por las dictaduras de la región, en las décadas de los 60, 70 y parte de los 80, en Brasil, Bolivia, Argentina, Uruguay y Chile y Paraguay. La derrota sufrida por las organizaciones de izquierda en ese período fue política, organizativa y, donde ellas recurrieron a la lucha armada, militar. En algunos países –como Argentina y Chile- la represión asumió, en términos absolutos, dimensiones gigantescas, dejando un rastro de millares de muertos, desaparecidos, presos y exiliados”.
Esos regímenes aplicaron políticas económicas conservadoras que expandieron la pobreza, debilitaron a la clase obrera tradicional y a sus organizaciones y, al minimizar el papel del Estado en la economía de acuerdo al recetario del Consenso de Washington, debilitaron el concepto del Estado-Nación y de la soberanía nacional, y en consecuencia de la propia soberanía popular. El debilitamiento de la democracia económica y social debilitó la democracia política.
La hegemonía de las ideas neoliberales en el plano económico en el período de transición hacia la democracia política proyectó personajes siniestros como Carlos Menem en Argentina, Collor de Mello en Brasil y Sánchez de Losada en Bolivia, figuras centrales de un movimiento que integraban también Salinas de Gortari en México, Vargas Llosa o Fujimori en Perú.
La idea de la integración latinoamericana fue sustituida por el proyecto de creación de un Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA), impulsada por Estados Unidos. Las privatizaciones, la desregulación productiva, financiera y del mundo del trabajo se transformaron en términos clave del pensamiento único, que pasó a configurar una nueva propuesta programática de amplia aceptación en los sectores conservadores y, sobre todo, en los medios de comunicación.
Esa ola conservadora fue estimulada, desde luego, por la crisis del modelo nacional-desarrollista en América Latina y, en otro marco, por el colapso del modelo soviético y la deriva de la socialdemocracia europea, así como por los nuevos rumbos de la economía y la política china. Acosadas por la nueva derecha y privadas de los valores clásicos que habían seguido por décadas en el pasado, las izquierdas vivieron una instancia de perplejidad, que afectó incluso a sectores que se habían disociado de una herencia ortodoxa y adoptada una postura crítica al respecto.
El documento pasa luego a examinar el proceso de renacimiento de las izquierdas en la región, que ocurrió esencialmente a partir de los movimientos sociales y sus luchas reivindicativas y de las instancias electorales que comenzaron a desplegar victoriosamente en Venezuela, Brasil, Argentina, Uruguay, Bolivia, Ecuador y Paraguay, y de la evolución del proceso político chileno, todo ello en un plano de “saludable heterogeneidad”, que reflejaba las particularidades de las tradiciones culturales y políticas nacionales que las dictaduras y las políticas neoliberales no habían logrado anular.
Esas luchas tuvieron, no obstante, elementos programáticos comunes. Como dice el texto: “A pesar de esas diferencias, algunos elementos programáticos estuvieron presentes, con distintos enfoques y perspectivas, en los distintos países en todas esas luchas y movimientos: 1) énfasis en las cuestiones sociales, el combate a la pobreza, la exclusión y la desigualdad; 2) democratización del Estado y participación social; 3) defensa de la soberanía nacional; 4) integración sudamericana y latinoamericana, capaz de garantizar a la región un lugar importante en un mundo que vivía (y vive) una intensa y aclarada transformación”.
Examina luego los rasgos generales de la acción de las izquierdas en el gobierno, en los siguientes términos: “En el gobierno, las izquierdas enfatizaron el crecimiento, el combate a la pobreza y la reducción de las desigualdades, por medio de políticas económicas y sociales. Estas últimas dejaron de tener un carácter ‘compensatorio’, como en la agenda conservadora, y pasaron a constituirse en el eje estructural de una nueva política económica. (…) La región logró equilibrio macroeconómico; reducción de las deudas interna y externa, control de la inflación, expansión de las reservas internacionales. La articulación de esos factores provocó una expansión significativa de la economía regional, mejoras sensibles en la situación social y explican el nuevo papel que América del Sur pasó a desempeñar en la economía global, especialmente cuando ésta entró en crisis”.
Esto se reflejó también en el plano institucional. Los gobiernos de izquierda afrontaron constantes procesos electorales y estimularon la creciente participación popular. En la región andina: Venezuela, Bolivia y Ecuador, sobre todo, se situó al orden del día la convocatoria de Asambleas Constituyentes, que ampliaran el espacio público y la base de sustentación gubernamental. En varios casos se refundaron las instituciones.
El éxito de los gobiernos democráticos y populares tuvo un efecto disgregador sobre las oposiciones. En la mayoría de los países las fuerzas tradicionales de la derecha entraron en crisis. Una parte importante de estas fuerzas de oposición asumió posiciones profundamente conservadoras, cuando no golpistas, como aconteció en Venezuela, Honduras y Paraguay. Descalificaron las políticas económicas y sociales de las izquierdas y pasaron a descalificar también las elecciones como proceso de constitución de gobiernos democráticos. Reactivaron sus agendas pro-mercado y desarrollaron una fuerte crítica a las políticas exteriores, especialmente al proceso de integración sudamericana. El papel central de la oposición en la mayoría de los países fue ocupado por los medios de comunicación, que en algunos casos sustituyeron a los partidos conservadores.
El texto ingresa a esta altura a un capítulo de gran actualidad, con esta afirmación: “Los éxitos de las experiencias de gobiernos de izquierda y de centro-izquierda en América del Sur no pueden ocultar, no obstante, sus límites, cuyo examen crítico es fundamental para la continuidad de esas experiencias y, sobre todo, para su profundización”. Se alude, en un inventario de algunas tendencias conflictivas, a “confrontaciones exageradas o conciliaciones innecesarias, voluntarismo o pasividad burocrática, centralismo o basismo”. Tampoco existe una exposición consistente de los procesos políticos en curso en nuestros países.
A falta de ella, las izquierdas corren el riesgo de renunciar a un análisis explicativo de su rica experiencia actual, cayendo en un peligroso empirismo. De diversas formas se encubre la incapacidad de explicar la novedad de la experiencia que se está desarrollando y los problemas a afrontar.
Esta advertencia se refiere no sólo al estudio de las experiencias nacionales, sino también a la necesaria definición del horizonte de los proyectos de integración. Aludiendo a las experiencias de la UNASUR, del ALBA, así como del Arco del Pacífico, que engloban grupos de países con diferentes afinidades político-ideológicas, señala la necesidad de elaborar “una doctrina de integración sudamericana”.
Se entra luego de lleno al gran tema del análisis colectivo de los problemas candentes de la nueva realidad continental. Afirma al respecto: “La superación del tiempo de las Internacionales, como ya lo había constatado el Foro de Sâo Paulo en su fundación en 1990, es necesaria. Ello no significa, empero, abandonar un esfuerzo teórico-político de análisis común de la experiencia, en gran parte exitosa, de reconstrucción de las izquierdas en esta última década”.
Desde luego, ello no significa homogeneizar posiciones, ya que ellas reconocen orígenes y horizontes político-culturales distintos y corresponden a procesos históricos diferenciados. Pero es preciso establecer un debate calificado que, reconociendo las particularidades de cada experiencia nacional, sea capaz de establecer un ideario común a ser compartido. (Ese era precisamente el objetivo del encuentro organizado por el Instituto Lula).
Ello está concebido como una responsabilidad con nuestros pueblos y, a la vez, con sectores de la izquierda de otros continentes que observan con esperanza los avances en América del Sur, mientras en sus países hace estragos la crisis económica, social, política e ideológica.
Una de las paradojas de la situación actual –expresa luego- es que la derrota política y electoral del conservadorismo no está siendo acompañada de igual derrota de muchas de sus ideas, de sus valores y, sobre todo, de sus medios de difusión. “La construcción de una América del Sur post-neoliberal pasa por ese movimiento de reconstrucción teórico-político de las izquierdas”. Sobre esa base se intenta un bosquejo de los caminos de futuro, con sólido punto de apoyo en las realizaciones del presente, y con la vista puesta en un horizonte post-capitalista.
“La crisis de los paradigmas pasados de las izquierdas y los avances de estos últimos años –señala- muestran que, contra las ideas dominantes, debemos afirmar políticas económicas de crecimiento, sustentables económica, social y ambientalmente. Una política económica que apunte a la construcción de una economía post-capitalista. Una reflexión que contribuya a la democratización radical del Estado, para la ampliación del espacio público y la socialización de la política. Debemos construir una democracia política cimentada en la más amplia participación de hombres y mujeres en la vida política, en una sociedad plural, respetuosa de la ley, de los derechos humanos, creadora de derechos, capaz de asegurar la libertad de organización y de expresión. Una sociedad solidaria, laica y de paz, que socialice los bienes culturales y las oportunidades, que valorice su diversidad étnica”.
Las experiencias en curso en América del Sur muestran que ya hay importantes contribuciones en ese sentido, que deben ser rescatadas. Los mecanismos de articulación que se sigan construyendo, junto a los ya existentes, permitirán a las izquierdas saldar esa deuda pendiente.
De ahí la conclusión: “Nuestra agenda deberá abarcar, entre otros puntos, la construcción de la narrativa de las experiencias en curso; la reconstrucción de un discurso económico y social; repensar la democracia más allá de los cánones liberales; la integración de la región y su inserción en el mundo y, finalmente, la reconstrucción del horizonte socialista”. Para la izquierda es ésta, sin duda, la tarea fundamental de la hora presente.
 
(*) Periodista

  Walter E. Carena
  Twitter: @wcarena 

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